2 Samuel 9:1-13
Meta del mensaje: Inspirar a la iglesia mostrando el amor transformador de un Rey cuya gracia y favor cambian la historia de quienes, en su condición humana, no tienen la capacidad de acercarse por sí mismos a Él.
El pasaje de 2 Samuel 9:1-13 relata cómo el Rey David recordó su pacto con Jonatán (1 Samuel 20:14-17) y buscó la oportunidad de cumplirlo. Mefi-boset, hijo de Jonatán, vivía en Lodebar, una tierra lejana y desolada, al oriente del río Jordán. David, mostrando misericordia y gracia, lo trajo a Jerusalén, le restituyó las tierras de su familia y le otorgó un lugar permanente en su mesa real. Este acto de bondad nos revela paralelos profundos con el amor redentor de Dios hacia la humanidad.
David había hecho un pacto con Jonatán para mostrarle misericordia a su descendencia (1 Samuel 20:11-17). Este recordatorio es una representación poderosa de cómo Dios también cumple sus promesas hacia nosotros, recordando su pacto de amor y fidelidad.
Mefi-boset enfrentó una vida de despojo y sufrimiento:
- Perdía a su abuelo, padre, tíos y los privilegios del palacio.
- Vivía en Lodebar, un lugar cuyo nombre significa “sin pastos” o “en la escasez”.
- Estaba lisiado, una condición que simboliza la incapacidad humana de buscar a Dios por cuenta propia.
En el versículo 7, David dice: “No tengas temor”. Aunque las dinastías solían eliminar a los descendientes de sus predecesores, David elige restaurar a Mefi-boset. Este acto simboliza la salvación y la bendición inmerecida que Dios nos ofrece.
En el versículo 8, Mefi-boset se describe a sí mismo como un “perro muerto”, una expresión de su profunda humildad y reconocimiento de su indignidad. Sin embargo, la gracia de David refleja cómo Dios nos eleva, no por nuestros méritos, sino por su pacto de amor.
David no solo le restituye sus tierras, sino que le da un lugar en su mesa, como uno de sus hijos. Esta mesa representa comunion, pertenencia y provisión divina. De manera similar, Dios nos llama a su mesa a través de la obra de Cristo (Efesios 2:1-10).
Mefi-boset simboliza al alma no convertida: desterrada, lisiada por el pecado y sin esperanza. Pero la gracia de Dios nos busca, nos restaura y nos da un lugar en su familia. Así como David extendió misericordia, también debemos mostrar el amor de Cristo a los demás.
Nuestras vidas estaban lejos de Dios y sin esperanza, pero hoy podemos estar agradecidos porque el Rey nos ha rescatado, restaurado y nos ha invitado a su mesa. Cada día es una oportunidad para celebrar nuestra posición como hijos e hijas del Rey.
¡Respondamos a este amor con gratitud y compartámoslo con otros!